La historia de mi familia en cursiva

Cuando uno lea este titular, es probable que le lleve a confusión, porque no estoy hablando de una familia convencional. Hace algo más de dos años, conocí a dieciséis preadolescentes de un pequeño pueblo de Ávila, en España, que se convirtieron primero en mis alumnos; por tanto, ya adivinan que yo soy maestra, y después formaron parte de mi  familia.

        Nos tocó vivir el inicio de una pandemia que aún perdura, y eso nos llevó a ver nuestro mundo, nuestra clase, nuestro pequeño planeta… de una forma distinta. Durante aquellos meses, pensé que la única manera de combatir la desmotivación, era la magia de las letras; escribir se podía convertir en una terapia para el grupo.

        Lo hicimos sin miedo a nada, nos asomamos a un precipicio y saltamos, consiguiendo convertir nuestras vivencias diarias de clase en un libro tangible: “Cuando Carla encontró a Dorian”. Escribía en mi casa por las noches y ellos, mis chicos valientes leían por el día; pero además formaban parte del proceso creativo, porque hacían sugerencias, dirigían la narración y me llevaban al lugar que ellos querían.

        El resultado de esa aventura literaria, escribir con mis alumnos, fue la publicación de cuatro libros, en los que ellos se convirtieron en los protagonistas. Esta loca iniciativa de hacerles creer que ellos también podían crear cosas maravillosas, nos llevó a viajar por todo el mundo.

         La globalización tiene sus grandes defectos, las grandes plataformas son en ocasiones enemigas de los pequeños comerciantes, y las nuevas tecnologías nos parecen monstruos que se apoderan de nuestro día en día. Sin embargo, este mundo, global, caótico y a veces loco, es el que nos ha permitido que desde rincones que no conocemos lean nuestras historias.

        Nuestro objetivo nunca fue escribir un libro, nuestra meta era ir a clase cada día por una razón, y tener la suerte de despertarnos cada mañana, para acudir al colegio.

   No supimos que habíamos hecho algo más que escribir historias, hasta que nos llegaron los primeros mensajes, de chicos y chicas de otras ciudades. Cada una de sus palabras fue reforzando aún más nuestros lazos, que ya no solo eran los de una maestra y sus alumnos. De pronto, un día, dos de mis estudiantes escribieron una carta a unos chicos que estaban al otro lado del país, para animarles a seguir nuestros pasos, vivir la experiencia de escribir como algo mágico, que a ellos les había ayudado a crear una nueva familia. Aquella mañana, cuando me entregaron la carta que yo debía enviar por correo, el concepto de familia cambió para mí, y la forma de ver la enseñanza también.

        Los maestros tenemos un don maravilloso, que es el de poder convencer a nuestros chicos, de que ellos pueden realizar aquello que se propongan y, nuestras aulas, ese lugar para hacer encantamientos.

        Muchos me dijeron, que cuando mis alumnos se fueran al instituto, aquel lazo se perdería; pero no fue así. Creamos un grupo a través de una aplicación de móvil, nos hicimos llamar “La mejor clase del Planeta” y seguimos en contacto, para continuar escribiendo.

        Cada noche, cuando me acuesto miro mi teléfono,  me río en la mayor parte de las ocasiones, pero también me entristezco en otros momentos, porque se les echa de menos; sin embargo, respondo como si nunca me hubiera ido de sus vidas.

         Las palabras llenan las escuelas, pero a veces no encuentran su camino, y se pierden sin ningún sentido. Somos nosotros los maestros los que debemos mostrar a nuestros alumnos, que el poder está en sus manos, que se sientan como un Harry Potter. No hay nada más mágico que crear de la nada, una historia que te conmueve y te hacer reír al mismo tiempo; y eso nos han contado algunos de los que leyeron nuestros libros que les ocurrió.

        Quizá en la escuela nos hemos olvidado de cómo enseñar desde el corazón, pero mis alumnos dijeron una vez, que ellos se habían convertido en la mejor clase del planeta, porque su tutora, es decir, yo misma, se había arriesgado a sacar su escoba para volar con ellos.

        Me gustaría que todos los maestros probaran a escribir con sus chicos, no importa si terminan sus líneas en forma de libro, o en un montón de hojas sobre su mesa;  porque la magia la verán de igual modo en los ojos de quienes están frente a ellos.

Inma es licenciada en Periodismo y maestra de primaria desde hace once años, en un pequeño pueblo llamado Cebreros, en la provincia de Ávila. Ella ha escrito un libro con sus alumnos de sexto curso: “Cuando Carla encontró a Dorian”. El propósito fue evitar que la pandemia eclipsara las ganas de estos preadolescentes de ir al colegio. Esta idea se transformó en una historia de ficción sobre el bullying, en la que sus estudiantes se convirtieron en los protagonistas y los lectores de la misma. 

Contacto:

inmamartn@gmail.com

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