Poema sin título
Primero, prepara la tierra.
Debe tener las condiciones necesarias
para que una variedad de semillas florezca.
Es más, retrocede.
Familiarízate con las semillas.
Averigua todo lo que puedas sobre cada una.
¿De dónde son?
¿Han sido trasplantadas o son nativas?
¿Necesitan mucho calor
o les gusta poca luz?
¿Necesitan espacio para crecer
o necesitan algo en que crecer?
¿Necesitan cuidado constante
o son resilientes por naturaleza, de iniciativa propia?
Debes estar dispuesto a ensuciarte las manos.
Debes ser paciente.
Puede que no veas resultados de inmediato.
No todos mostrarán señales de estar creciendo
al mismo tiempo.
Pero no debes nunca, bajo ninguna circunstancia,
perder la esperanza.
Sabe que tendrás algunas
que no se adecuarán al ambiente
que has creado.
No por ahora.
Puede que por ahora,
no respondan.
¡No culpes a la semilla!
No te enojes con su origen.
No se aceptan devoluciones.
Cada día, anímalas con tus palabras,
remueve las partes secas, y
mira muy de cerca para ver señales de vida.
Necesitan sentir tu presencia,
tu voz suave susurrando cerca.
Ten el valor de trasplantar
aquellos que están listos,
a espacios más grandes.
No te apenes si al principio se marchitan.
Volverán a reanimarse.
Dales espacio para crecer.
Dales algo en qué crecer.
Sé esa mano amable que los guía,
pero no los obligues a tomar
una forma que no tienen.
Nunca se verán genuinos.
Recuerda que no puedes hacer que crezcan
poniéndote de pie frente a ellos
y ordenándoles que lo hagan.
No puedes decirles cómo crecer.
Pero puedes amarlos para que florezcan
en aquello que están destinados a ser.
Cultiva.
Nutre.
Guía.
Espera.
Educa.